sábado, 11 de octubre de 2025

la medida de una vida

 Al lado de lo que le esperaba a mi padre en Africa, las expediciones para remontar los ríos de Guyana debieron parecerle paseos. Se quedará en África occidental veintidós años, hasta el límite de sus fuerzas. Allí conocerá todo, desde el entusiasmo del comienzo, el descubrimiento de los grandes ríos, el Niger, el Benue, hasta las tierras altas de Camerún. Compartirá el amor y la aventura con su mujer, a caballo por los senderos de montaña. Después la soledad y la angustia de la guerra, hasta el desgaste, hasta la amargura de los últimos momentos, ese sentimiento de haber superado la medida de una vida. 

Todo esto lo comprendí mucho más tarde cuando partí, como él, para viajar por otro mundo. No lo leí en los pocos objetos, máscaras, estatuitas y algunos muebles que trajo del país ibo y de las llanuras herbosas de Camerún. Tampoco mirando las fotos que tomó durante los primeros años, cuando llegó a Africa. Lo supe al redescubrir, al aprender a leer mejor los objetos de la vida cotidiana que nunca lo habían abandonado ni aún en su jubilación en Francia: esas tazas, esos platos esmaltado de azul y blanco hechos en Suecia, los cubiertos de aluminio, con los que había comido durante todos esos años, esos bols encastrados que usaba en el campo y en las cabañas de paso. Y todos los otros objetos, marcados, abollados por el traqueteo, que conservaban las huellas de las lluvias diluvianas y la decoloración especial del sol en el  ecuador, objetos de los que se había negado a desprenderse y que, a sus ojos, valían más que cualquier chuchería o recuerdo folclórico.

El africano - J.M.G. Le Clézio





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