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jueves, 9 de mayo de 2024

un decorado sin personajes

 "La memoria es algo extraño. Mientras estuve allí, apenas presté atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de él hasta en sus propios detalles. A decir verdad, en aquella época a mí me importaba muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensase lo que pensase, al final como un bumerán, todo volvía a su punto de partida: yo. Además, estaba enamorado, y aquel amor me había conducido a una situación extremadamente complicada. No, no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba.

Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Eso es lo primero que recuerdo."

Tokio Blues - Haruki Murakami 




jueves, 20 de junio de 2019

espacios limitados

"_ ¿Vive usted sólo en esta casa tan grande? ¿No le sobra espacio?
_ No _ contestó sin titubear_. En absoluto. Me gusta estar solo. Es mi carácter. Piense, por ejemplo, en el córtex cerebral. Los seres humanos tenemos uno con unas capacidades enormes. Sin embargo, la parte que usamos habitualmente apenas llega al diez por ciento del total. Nacemos con un órgano maravilloso con unas capacidades enormes, pero, por desgracia, aún no hemos logrado explotarlo en su totalidad. Es como si una familia de cuatro miembros usara solo una habitación de cuatro tatamis y medio a pesar de tener una mansión lujosa, amplia y cómoda. Todas las habitaciones menos una estarían en desuso, vacías. Si lo piensa, entenderá por qué vivo aquí solo sin problemas. No es algo tan extraño.
Visto así, quizá tenga razón.
El símil me pareció acertado. Durante un rato, Menshiki se dedicó a juguetear con un anacardo en la mano, y al final dijo:
_ No obstante, si no tuviéramos un cerebro tan perfecto, a pesar de su aparente inutilidad, no seríamos capaces de pensar en abstracto y tampoco se nos ocurriría adentrarnos en el terreno de la metafísica. Puede que solo usemos una pequeña parte, pero el córtex cerebral es capaz de muchas cosas. No puedo evitar preguntarme de qué seríamos capaces si lo utilizásemos en su totalidad. ¿No se parece un tema apasionante?"

La muerte del comendador - Haruki Murakami
Editorial Planeta Chilena S.A. 2018




domingo, 12 de mayo de 2019

disfrutando la montaña

"La casa estaba construida en lo alto de la montaña, y desde la terraza orientada al sudoeste  se atisbaba el mar a lo lejos entre los árboles. La porción de mar que se podía ver no era muy grande, parecía la cantidad de agua que cabría en un balde:  un trozo diminuto del inmenso océano Pacífico. Un conocido que trabajaba en una agencia inmobiliaria me había dicho que el valor de las casas variaba mucho en función de si se veía el mar o no, aunque solo se tratase de una porción minúscula. A mí me resultaba indiferente. Desde aquella distancia, tan solo parecía un trozo de plomo de color apagado. No entendía el porqué de tanto afán por ver el mar. Yo prefería contemplar las montañas. Según la estación del año y la meteorología, su aspecto variaba por completo y nunca me aburría. De hecho, me alegraba el corazón."

La muerte del Comendador - Haruki Murakami
Editorial Planeta Chilena S.A., 2018


jueves, 12 de abril de 2018

la insoportable levedad de la información

¿Cuándo conocí a un chino por primera vez? Así comienza esta historia, con una pregunta casi arqueológica. Etiquetando movimientos telúricos para luego categorizarlos, analizarlos.
En todo caso, ¿cuándo conocí a un chino por primera vez?  Supongo que entre 1959 y 1960, aunque, ya fuera un año u otro, no supone una gran diferencia. Ninguna en absoluto, para ser exactos. Esos dos años son como dos gemelos desgarbados vestidos con la misma ropa descuidada. De hecho, por mucho que pudiera regresar a aquella época con una máquina del tiempo, me costaría mucho trabajo apreciar las diferencias entre ellos.
A pesar de lo cual, me armo de paciencia y sigo adelante, obstinándome en abrir la brecha para ver brotar momentos telúricos poco a poco, fragmentos de memoria.
De acuerdo.  Estoy seguro de que fue el año en el que Johansson y Patterson pelearon por el título mundial de los pesos pesados.  Recuerdo haber visto el combate en televisión aquel año. Lo cual quiere decir que me basta con hojear los periódicos de la época en la hemeroteca. Así lo pondré todo en orden.
Por la mañana voy a la biblioteca municipal en bici. No sé por  qué, pero junto a la entrada hay un gallinero con cinco gallinas que picotean en el suelo su desayuno tardío o su comida temprana, quién sabe. Como el día está lindo, decido fumarme un cigarrillo ahí al lado antes de entrar, y mientras fumo observo cómo comen. Picotean con aire de estar muy ocupadas, con tanta prisa que la escena parece sacada de uno de esos noticieros con pocos fotogramas  por segundo.
Cuando me termino el cigarrillo, algo ha cambiado dentro de mí, sin duda. Una vez más, desconozco la razón. Sin embargo, ese nuevo yo surgido a una distancia de cinco gallinas y un cigarrillo, me formula dos preguntas, sin saber por qué.
Primera: ¿a quién le puede interesar la fecha exacta en la que conocí a un chino por primera vez?
Segunda: ¿qué voy a ganar por desplegar frente a mí el anuario de un periódico en esta sala de lectura iluminada por el sol?
Dos buenas preguntas. Me fumo otro cigarrillo, me subo a la bici y me despido de las gallinas y de la biblioteca. Si los pájaros vuelan por el cielo sin tener que soportar la carga de un nombre, yo liberaré a mi memoria de la pesada carga de los datos.

El elefante desaparece - Haruki Murakami
Tusquets Editores, 2016



miércoles, 21 de febrero de 2018

de lo fijo y lo etéreo

"Con las manos hundidas en los bolsillos del impermeable atravesé el estrecho callejón y llegué finalmente a la casa abandonada. Estaba allí, silenciosa como siempre. Con aquellas nubes plomizas como telón de fondo, la casa de dos plantas se erguía, con las persianas cerradas a cal y canto, con un aire en verdad melancólico. Parecía que un barco mercante hubiera embarrancado en el acantilado tras ser arrojado allí por las olas una noche lejana de tormenta. De no ser porque la hierba del jardín había crecido desde la vez anterior, si alguien me hubiera dicho que el tiempo se había detenido en aquel lugar, me lo habría creído. Gracias a los largos días lluviosos de la estación de los monzones, la hierba brillaba con un fresco color verde que sólo puede emanar de algo que hunde sus raíces en la tierra. Justo en el centro de aquel mar de hierba, el pájaro de piedra, en una postura idéntica a la de la vez anterior, las alas desplegadas, a punto de emprender el vuelo.  Pero, obviamente, no había ninguna posibilidad de que volara. Esto lo sabía yo y también lo sabía el pájaro.  Inmovilizado en aquel lugar, sólo le cabía esperar que se lo llevaran a algún otro lugar o que lo derribaran. El pájaro no tenía ninguna posibilidad de abandonar el jardín. Lo único que allí se movía era una mariposa blanca fuera de estación que revoloteaba al azar sobre la hierba. La mariposa parecía una persona que, en plena búsqueda, hubiera olvidado qué estaba buscando. Tras cinco minutos de búsqueda infructuosa la mariposa desapareció."

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami
Tusquets Editores, 2013


martes, 16 de mayo de 2017

estableciendo prioridades

"Cuando dejé el negocio y comencé mi vida como novelista, lo primero que hicimos (me refiero a mi esposa y a mí) fue modificar nuestro modo de vida. Decidimos despertarnos con la salida del sol y acostarnos lo antes posible cuando oscureciera. Eso era lo que considerábamos una vida natural. Como ya habíamos dejado la hostelería, podíamos vernos sólo con las personas a las que quisiéramos ver y hacer todo lo posible por no vernos con las que no.  Sentíamos que, al menos durante un tiempo, podíamos permitirnos ese pequeño lujo. Sonará repetitivo, pero a mí, por naturaleza, no se me dan bien las relaciones sociales. Tenía la necesidad de retornar a mi forma de ser originaria.
Dimos un fuerte golpe de timón para virar en redondo desde nuestros siete años de vida de "apertura" hacia una vida de "cierre".  Creo que esa etapa de "apertura" constituyó una buena experiencia. Si lo pienso, comprendo que aprendí muchas cosas importantes. Esa época fue para mí algo así como la educación general básica de la vida, mi verdadera escuela. Pero no podía continuar eternamente con ese tipo de vida. Y es que la escuela es un lugar en el que se entra, se aprende algo y se sale.
De este modo hacíamos una vida sencilla y regular en la que nos levantábamos antes de las cinco de la mañana y nos acostábamos antes de las diez de la noche.  La franja horaria del día en la que uno rinde más depende, por supuesto, de cada persona, pero, en mi caso, es la de las primeras horas de la mañana. En ellas concentro mi energía y consigo terminar las tareas más importantes. En las demás horas hago deporte, despacho las tareas cotidianas y ventilo los asuntos que no precisan demasiada concentración. Al ponerse el sol, ya no trabajo. Leo libros, escucho música, me relajo y me acuesto lo antes posible. Hasta hoy, mis días han seguido más o menos ese patrón.  Y creo que, afortunadamente, en estos veinte años he desarrollado mi trabajo con bastante eficiencia. Ahora bien, si se lleva esta clase de vida, cosas como las salidas nocturnas desaparecen casi por completo y las relaciones sociales sin duda también se van resintiendo. Alguno incluso se ofende. Porque si te invitan a ir a algún sitio o te proponen hacer algo, entonces hay que declinar la invitación.
Es sólo mi opinión, pero, en la vida, a excepción de esa época en la que se es realmente joven, deben establecerse prioridades.  Hay que repartir ordenadamente el tiempo y las energías. Sí, antes de llegar a cierta edad, no dejas bien instalado en tu interior un sistema como ése, la vida acaba volviéndose monótona y carente de eje."


De que hablo cuando hablo de correr - Haruki Murakami