viernes, 28 de septiembre de 2018

unidos por las palabras

"Durante mucho tiempo me regodeé en los rescoldos de mi irrelevancia. Mientras lo hacía, analizaba inconscientemente las alternativas. ¿Debía rendirme a la inexistencia impuesta por una fuerza que yo no respetaba? ¿Debía fingir que obedecía y, en secreto, engañar al régimen? ¿Debía abandonar el país, como habían hecho o se habían visto obligados a hacer, muchos de mis amigos? ¿Debía huir de mi trabajo en silencio, como habían hecho algunos de mis colegas más respetables? ¿Había otra opción?
Durante aquel período me uní a un pequeño grupo que se juntaba para leer y estudiar literatura clásica persa. Los domingos por la noche íbamos a la casa de alguno de los participantes y pasábamos el rato estudiando un texto tras otro durante horas. Nos reuníamos los domingos por la noche en diferentes casas, a veces durante los apagones, a la luz de las velas, y así año tras año. Incluso cuando las diferencias políticas y personales nos distanciaban, aquellos textos mágicos volvían a unirnos. Como un grupo de confabuladores, nos sentábamos alrededor de la mesa del comedor y leíamos poesía y prosade Rumi, Hafez, Saadi, Khayam, Nezami, Ferdowsi, Attar y Beyhaghi.
Nos turnábamos para leer pasajes en voz alta, y las palabras, literalmente, se elevaban en el aire y descendían como un vapor sutil que impregnaba nuestros sentidos. Sus palabras eran tan seductoras y juguetonas, tanta alegría en su capacidad para deleitar y sorprender, que yo no dejaba de preguntarme: "¿Cuándo hemos perdido esa condición, esa habilidad para seducir y quitar importancia a la vida con la poesía? ¿Cuándo se produjo esa pérdida exactamente? Lo que hay en este momento es una retórica edulcorada, hipérboles en desuso, engañosas, que apestan a perfume barato"

Leer Lolita en Teherán - Azar Nafisi


domingo, 16 de septiembre de 2018

volver para entender

"Beirut es una enfermedad crónica, y el deseo de regresar es, para mí, una recaída primaveral. Lo sé muy bien porque, aunque he conocido la capital del Líbano en todas sus estaciones, más adelante sólo en primavera me ha abierto el pecho la nostalgia, con sus dedos de espigas.  No es que, en otros momentos, la añoranza no se presentara. Podía ocurrir cualquier mañana del invierno madrileño, al embutirme en el viejo Barbour, que huele a betún y a campos de refugiados palestinos, para sacar a pasear al perro. O al escuchar en la radio una canción pasada de moda (una lambada, o un cha-cha-cha), a cuyo ritmo bailé frenéticamente en otro momento en el pub Charlie Brown, del hotel Le Cavalier, ante la sonrisa de Ahmed, el barman, que una vez me leyó el futuro (y acertó) en el poso de una taza de café, en su casa de Sabra. La añoranza se presenta invariablemente cada vez que contemplo un vuelo de palomas y evoco el pastoreo, mediante cintas de colores, con que muchos beirutíes hacen danzar a sus tórtolas en el cielo, convirtiéndolas en pequeñas nubes teñidas de índigo que componen figuras abstractas en el resplandor mineral del atardecer.
De modo que, en la primavera de 1998, cuando me dispongo a empezar este libro, después de ordenar apuntes y seleccionar material, he comprendido que no podré escribir ni una línea decente si no empiezo por admitir que sigo enferma de Beirut y que, de una vez por todas, debo recetarme a mi misma la única medicina adecuada, aquella que durante casi diez años me he negado a prescribir por miedo a que la realidad arruinara mis recuerdos. En una palabra, regresar. Volver a la ciudad amada, en donde conviví  con la belleza y el terror, y en donde comprendí con cuánta frecuencia ambas emociones son inseparables.
Regresar para saber quién fui, que es tanto como decir para saber quién soy."

Mujer en guerra - Maruja Torres
Grupo Santillana de Ediciones, 2000


lunes, 10 de septiembre de 2018

el Museo Lenin

"Más  tarde fuimos a visitar el Museo Lenin. Habitación tras habitación de retazos de la vida de un hombre. Supongo que no hay vida más documentada en la historia. Lenin no debió de tirar nada. Habitaciones y maletas están llenas de pedazos de sus escritos, notas, diarios, manifiestos, panfletos, sus plumas y lápices, sus bufandas, su ropa, todo está allí. Y en las paredes hay enormes pinturas de cada incidente de su vida, hasta de su infancia. Cada incidente de la Revolución en el que participó está registrado en cuadros enormes colgados de las paredes. Sus libros están embutidos en marcos de mármol blanco y colgados de las paredes, con los títulos escritos en bronce. Hay estatuas de Lenin en todas las poses posibles, y en los retratos de su vida entra más tarde Stalin. Pero en todo el museo no hay ni un solo retrato de Trostky. Por lo que respecta a la historia de Rusia, Trostky ha dejado de existir. Este es un tipo de enfoque histórico que nosotros no comprendemos. Es la historia como deseamos que hubiera sido, más que como fue. Porque no hay duda de que Trotsky tuvo un  efecto histórico enorme en la Revolución Rusa. Tampoco hay duda de que su eliminación y desvanecimiento tuvieron gran importancia histórica. Pero para los jóvenes rusos nunca existió. Para los niños que van al Museo Lenin y ven la historia de la Revolución no hay Trotsky, ni bueno ni malo.
Cuando estábamos allí entró una larga fila de huérfanos de la guerra, niños y niñas de seis a trece años, bien limpios y vestidos con sus mejores ropas. Y también circulaban por el museo y miraban con los ojos como platos a esta vida documentada del fallecido Lenin. Miraban maravillados su gorra de pieles, y su abrigo con cuello de piel, sus zapatos, las mesas en que escribía, las sillas en que se sentaba. Todo sobre este hombre está allí, todo excepto el humor. No hay pruebas de que en toda su vida tuviera un pensamiento ligero o humorístico, un momento de risa entregada o una tarde de diversión. No puede haber duda alguna de que esas cosas existieron, pero históricamente quizá no se permita que las tenga."

Diario de Rusia - John Steinbeck
Editorial Capitán Swing, 1938


sábado, 1 de septiembre de 2018

buscando la verdad

"Tras dimitir de mi último puesto académico en el otoño de 1995, decidí darme un capricho y cumplir un sueño. Seleccioné a siete de mis mejores y más entregadas alumnas y les invité a acudir a mi casa los jueves por la mañana para hablar de literatura. Todas eran mujeres, ya que dar una clase mixta en mi domicilio particular era demasiado arriesgado, aunque nos dedicáramos a hablar de inofensivas obras de ficción. Un varón muy cabezota al que había excluido de nuestra clase insistió en sus derechos. Se llamaba Nima, y quedamos en que leería el material asignado y vendría a casa en días especiales para hablar sobre los libros que estábamos leyendo.
A menudo les recordaba en broma a mis alumnas La plenitud de la señorita Brodie, , de Muriel Spark, y les preguntaba: «¿Quién de vosotras me traicionará?». Porque soy pesimista por naturaleza y estaba segura de que al menos una se volvería contra mí. En cierta ocasión Nassrin respondió con malicia: «Tú misma nos dijiste que al final somos nuestros propios traidores, los Judas de nuestro propio Cristo». Manna señaló que yo no era la señorita Brodie y que ellas... bueno, ellas eran lo que eran. Me hizo recordar una advertencia que yo acostumbraba a hacer: «Nunca, en ninguna circunstancia, menospreciéis una obra de ficción tratando de convertirla en un calco de la vida real; lo que buscamos en la ficción no es la realidad, sino la manifestación de la verdad». Aunque supongo que si tuviera que incumplir mi propia recomendación y elegir la obra de ficción que mejor armonizaba con nuestra vida en la República Islámica de Irán, no elegiría La plenitud de la señorita Brodie, ni siquiera 1984, sino Invitado a una decapitación de Nabokov, o mejor aún, Lolita."

Leer Lolita en Teherán
Azar Nafisi - Antonio Vallardi Editores, 2014