martes, 30 de octubre de 2018

el juicio de los hombres

"- A mí me parece que no recuerdo ni una sola época en que Harvey no estuviera prosiguiendo su famosa educación -rió entre dientes el hombre del Gran Ejército.
Hubo una risa ahogada general. Sacando su pañuelo, el ministro se sonó ruidosamente. El banquero Phelps cerró su cortaplumas de golpe. -Es una lástima que los hijos del viejo no dieran los mejores resultados -observó con reflexiva autoridad- . Nunca tuvieron cohesión. El gastó en Harvey dinero suficiente como para proveer una docena de haciendas de ganados, dinero que lo mismo le hubiera aprovechado de haberlo desparramado en Caleta Arena. Si Harvey se hubiera quedado en su casa, y hubiera ayudado a cuidar lo poco que tenían, y se hubiera dedicado a criar ganado en la granja que tiene el viejo en la tierra baja, todos se hubieran arreglado muy bien; pero el viejo tuvo que confiarlo todo a inquilinos que por cierto lo engañaban a diestra y siniestra.
- Harvey nunca hubiera podido manejar ganado -interrumpió el ganadero- . Era demasiado blando ¿Se acuerdan ustedes cuando compró las mulas de Sanders  como si tuvieran ocho años cuando ya todo el mundo en el pueblo sabía que el suegro de Sanders se las había dado a su esposa como regalo de bodas dieciocho años antes y eran ya mulas crecidas?
El grupo rió discretamente y el representante del Gran Ejército se restregó las rodillas con un espasmo de deleite infantil.
- Harvey nunca sirvió para nada práctico y por cierto nunca le gustó trabajar -comentó el traficante de leña y carbón- . Yo recuerdo la última vez que estuvo aquí. Era el día que se marchó, y el viejo estaba en el establo ayudando a enganchar para ir a dejar a Harvey al tren, mientras Catl Moots estaba remendando la verja. Entonces Harvey salió de la casa y le grito con su voz de señorita: "¡Cal Moots, Cal Moots! ¡Ven a encordelarme mi baúl!"
- Así era Harvey -aprobó el hombre del Gran Ejército- Todavía me parece oírle chillar, siendo ya un hombrecito de pantalones largos, su madre acostumbraba darle una tunda con un cuero duro por dejar que las vacas se metieran en el maizal cuando las traía de pastorear. Una vez perdió a una de mis vacas -era una pura Jersey y la mejor lechera que yo tenía -y el viejo tuvo que pagarla. Harvey estaba mirando la puesta de sol sobre los marjales cuando el animal se le escapó.
-Donde el viejo cometió un gran error fue en mandar al muchacho a un colegio del Este -dijo Phelps, acariciándose la perilla y hablando en un tono intencionado y judicial-. Allí fue donde se le metieron en la cabeza todas esas tonterías. Lo que Harvey necesitaba, más que nadie, era un curso en algún colegio comercial de Kansas City.
Las letras de su libro vacilaban bajo los ojos de Steavens. ¿Era posible que aquellos hombres no comprendieran; que la hoja de palma colocada sobre el ataúd no significara nada para ellos? Pero si hasta el nombre mismo de aquel pueblo hubiera permanecido perdido para siempre en la guía postal de no haber sido mencionado en el mundo una y otra vez en relación con el nombre de Harvey Merrick. Recordaba lo que su maestro le había dicho el día de su muerte, después que la congestión de sus dos pulmones alejó toda probabilidad de que pudiera restablecerse, y el escultor le pidió a su discípulo que su cuerpo fuera enviado a su casa:  "No es un lugar agradable para yacer mientras el mundo se mueve y realiza cosas y progresa", había dicho con una débil sonrisa, "pero creo, que después de todo, uno debe volver al lugar de donde proviene. Las gentes del pueblo vendrán a darme una mirada y, una vez que ellos hayan emitido su juicio sobre mí, ya no tendré mucho que temer al juicio de Dios"."

El funeral del escultor - Willa Cather
Cuentos Norteamericanos,
 Editorial Andrés Bello, agosto 1984



miércoles, 24 de octubre de 2018

el silencio y la duda

"¿Sueño o realidad? Una diferenciación pedante, que se sobrevalora con gusto y que puede pasar muy rápido de moda. La Asociación de Desconocidos Poetas Clandestinos de Alemania existía realmente.
Como se deducía en la pizarra a la entrada de la casa, era una subcomisión desconocida de la fundación de Estudios sobre la dictadura en la RDA. Tenía su sede en una austera oficina detrás de la calle Friedrich, amueblada como una cruza de caja de seguro médico y cuartel de bomberos voluntarios. La señora Schneider resultó ser sorpresivamente joven, sorpresivamente bonita y me recibió con el mayor encanto.
- Me lo imaginé sensiblemente más viejo - dijo sonriendo y me pidió que tomara asiento.
- Yo también a usted -dije- , tal vez no sensiblemente más vieja, pero sí considerablemente.
- Yo pensaba - siguió explicando- : ahora viene un opositor paleozoico con barba y melena gris.
- Tal vez viene alguien más- contesté.
- ¿Café?
- Con gusto.
- ¿Azúcar? ¿Leche?
¿Cuántas veces se ha repetido ya el diálogo - secuencia del café? Si fuera el Estado, le pondría impuestos. Impuesto a la frase agregada.  Nos sentamos enfrentados en una especie de mesa para reuniones. Por un momento se hizo un silencio, que yo siempre disfruto cuando surge, y que quiero prolongar lo máximo posible, porque cada palabra que lo interrumpe ´puede ser la errada, debe serlo, y en la mayoría de los casos lo es."

Sugiero que nos besemos - Rayk Wieland
Lom Ediciones, 2013



lunes, 15 de octubre de 2018

lo que no se busca aparece...

"Después trepamos al montículo en el que habíamos acampado: Tell Suwar, en la orilla izquierda del Jabur. Aquí no hay nada: ni aldea, ni habitáculo de ningún tipo ni siquiera, ni siquiera tiendas de beduinos.
Arriba, la luna y, abajo, el serpenteante Jabur con una gran curva en forma de S. El aire nocturno es una bendición después del bochorno del día.
-¡Qué encantadora colina! -digo- ¿No podemos excavar aquí?
Max mueve tristemente la cabeza de un lado a otro y pronuncia la palabra condenatoria:
- Romano.
- ¡Qué pena! Es un lugar magnífico.
-Ya te dije que el Jabur era el lugar -comentó Máx- Ambas orillas están rodeadas de tells.
No he mostrado el menor interés por los tells en varios días, pero me alegra descubrir que no me he perdido demasiado.
- ¿Estás seguro de que aquí no hay nada del material que buscas? -pregunto, ansiosa. Me he encaprichado con Tell Suwar.
- Sí, claro que lo hay, pero está muy enterrado. Tendríamos que excavar a través de todos los restos romanos. Podemos hacer algo mejor.
Suspiro y musito:
- Esto es tan silencioso y tan pacífico..., no hay un alma a la vista.
En ese momento aparece, como de la nada, un hombre muy viejo.
¿De dónde viene? Sube lentamente la ladera, sin premura. Tiene una larga barba blanca y una inefable dignidad. Saluda con cordialidad a Max.
- ¿Cómo está tu ánimo?
- Bien. ¿ Y el suyo?
- Bien.
- ¡Alabado sea Dios.!
- ¡Alabado sea Dios.!
Se sienta a nuestro lado. Se produce un largo silencio, el cortés silencio de los buenos modales que resulta tan relajado después de la prisa occidental. Por último el anciano pregunta a Máx cómo se llama. Max le contesta. El recién llegado reflexiona.
- Milwan -repite-. Milwan... ¡Qué ligero! ¡Qué brillante! ¡Qué hermoso!
Se queda un rato más. Después, con la misma serenidad con la que ha llegado, se marcha. Nunca volvemos a verlo."

Ven y dime cómo vives - Agatha Christie Mallowan
Tusquets Editores, 2008




domingo, 7 de octubre de 2018

comentarios banales y sospechas fundadas

"Tendrían que ver cómo son nuestros clientes. Médicos, diplomáticos, cirujanos, rectores de universidad, señoras con pantalones amplios y corpiños de seda que llevan unos relojes pulsera extraplanos que valen tanto como un carro y zapatos de cuero comodísimos. La mayoría se prepara para recibirnos haciendo un pasillo con hojas del Washington Post del día anterior que va desde la puerta principal hasta la sala de juegos. Yo les obligo a que lo quiten todo. Digo: Carajo, ¿y si nos resbalamos qué? ¿Sabe usted el daño que pueden ocasionar doscientas libras de pizarra en el piso? Ante la amenaza de los desperfectos reaccionan, recurriendo al sentido común. Los mejores clientes nos dejan en paz hasta que llega el momento de firmar la factura. De vez en cuando nos dan agua en vasos de papel. Poca gente nos ha ofrecido algo más, aunque una vez un dentista de Ghana nos trajo una caja de seis Heineken mientras hacíamos el trabajo.
A veces el cliente tiene que ir a toda prisa a comprar el periódico o comida para el gato mientras nosotros estamos en plena faena. Seguro que no tienen ningún problema, dicen. No parecen demasiado convencidos. Descuide, digo yo. Solo díganos dónde está la cubertería de plata. Los clientes sueltan una carcajada, nosotros otra y entonces se apodera de ellos una angustia que les dificulta irse. Se quedan merodeando junto a la puerta principal, tratando de memorizar cuanto poseen, como si no supieran dónde pueden encontrarnos, para quién coño trabajamos.
Una vez que se han ido, no tengo que preocuparme de que nadie me moleste. Dejo la llave en el piso, me estrello los nudillos y husmeo por la casa, normalmente mientras Wayne alisa el tapete, trabajo para el que no precisa mi ayuda. Yo cojo galletas de la cocina, cuchillas de afeitar de los armarios del cuarto de baño. Algunas casas tienen veinte o treinta habitaciones. En el camino de vuelta me pongo a pensar en el botín que cabe en tanto espacio. Muchas veces me han sorprendido husmeando por la casa y resulta increíble ver lo dispuestos que están a creer que uno está buscando el cuarto de baño si cuando te descubren no te sobresaltas y te limitas a saludar."

Los boys - Junot Díaz
Random House Mondadori, febrero 2009




martes, 2 de octubre de 2018

lucidez tardía

"Abuela Lin baña varias veces al día al viejo Tang:  por las mañanas, antes de acostarse y siempre que se hace sus necesidades encima. El lavabo particular es lo que más le gusta a Abuela Lin de su matrimonio, puesto que toda la vida se ha visto obligada a compartir el baño y a pelearse con otros cuerpos resbaladizos por la escasa agua tibia de las duchas oxidadas. Ahora que dispone de un baño para ella sola, aprovecha cualquier oportunidad para utilizarlo.
El viejo Tang es el único hombre que Abuela Lin ha visto completamente desnudo. La primera vez que lo desvistió no pudo evitar que los ojos se le fueran hacia el pene, que descansaba entre una mata de pelo poco poblada. Se preguntó qué aspecto habría tenido en otros tiempos, pero apartó de su mente el sucio pensamiento de inmediato. La indefensa desnudez le llenó el corazón de una ternura que nunca había experimentado, y desde entonces ha prodigado cuidados maternales al cuerpo del viejo Tang.
Una tarde, a finales de febrero, Abuela Lin acompaña al viejo Tang a la silla de plástico que hay en medio del cuarto de baño.  Le desabrocha el pijama y él dobla los brazos como le indica, con la cabeza apoyada en el omóplato de ella. Abuela Lin retira la boquilla y le rocía el cuerpo con agua tibia, poniéndole una mano en la frente para que no le entre agua en los ojos.
Abuela Lin está agachada en el suelo, dando masaje a las piernas del viejo Tang, cuando él le toca el hombro con la mano. Ella levanta la cabeza y vé que la está mirando fijamente a los ojos. Se le escapa un grito y escapa de él.
-¿Quién es usted?- pregunta el viejo Tang.
-Viejo Tang, ¿eres tú? - pregunta a su vez Abuela Lin.
- ¿Quién es usted? ¿Por qué está aquí?
- Vivo aquí - contesta Abuela Lin.
Descubre una lucidez antinatural en los ojos del viejo Tang. y se siente desfallecer, pues esos momentos de claridad solo se dan a las puertas de la muerte. Abuela Lin había visto esa misma luz dos años antes en los ojos de su padre, horas antes de que falleciera, así que decide salir en busca de un médico, pero tiene los pies clavados al suelo y los ojos en los ojos del anciano.
- No la conozco, ¿quién es usted?
Abuela Lin se mira. Lleva un poncho de plástico de color amarillo chillón y unas botas de goma de color verde, el uniforme de baño.
Soy tu mujer - responde
- Usted no es mi mujer. Mi mujer es Sujane. ¿Dónde está Sujane?
- Sujane ya no está con nosotros, yo soy tu nueva esposa. "


Los buenos deseos - Yiyun Li
Debolsillo, febrero 2010