sábado, 29 de julio de 2017

a very special touch

One time, investigating in the backyard of our house in Temuco the tiny objects and minuscule beings of my world, I came upon a hole in one of the boards of the fence. I looked through the hole and saw a landscape like that behind our house, uncared for, and wild. I moved back a few steps, because I sensed vaguely that something was about to happen. All of a sudden a hand appeared, a tiny hand of a boy about my own age. By the time I came close again, the hand was gone, and in its place there was a marvelous white sheep.
The sheep's wool was faded. Its wheels had escaped. All of this only made it more authentic. I had never seen such a wonderful sheep. I looked back through the hole but the boy had disappeared. I went into the house and brought out a treasure of my own: a pinecone, opened, full of odor and resin, which I adored. I set it down in the same spot and went off with the sheep.
I never saw either the hand or the boy again. And I have never again seen a sheep like that either. The toy I lost finally in a fire. But even now, in 1954, almost fifty years old, whenever I pass a toy shop, I look furtively into the window, but it's no use. They don't make sheep like that anymore.
I have been a lucky man. To feel the intimacy of brothers is a marvelous thing in life. To feel the love of people whom we love is a fire that feeds our life. But to feel the affection that comes from those whom we do not know, from those unknown to us, who are watching over our sleep and solitude, over our dangers and our weaknesses, that is something still greater and more beautiful because it widens out the boundaries of our being, and unites all living things.
That exchange brought home to me for the first time a precious idea:  that all of humanity is somehow together. That experience came to me again much later; this time it stood out strikingly against a background of trouble and persecution.
It won't surprise you then that I attempted to give something resiny, earthlike, and fragrant in exchange for human brotherhood. Just as I once left the pinecone by the fence, I have since left my words on the door of so many people who were unknown to me, people in prison, or hunted, or alone.
That is the great lesson I learned in my childhood, in the backyard of a lonely house. Maybe it was nothing but a game two boys played who didn't know each other and wanted to pass to the other some good things of life. Yet maybe this small and mysterious exchange of gifts remained inside me also, deep and indestructible, giving my poetry light.

Childhood and poetry - Pablo Neruda

archivos de Internet







martes, 25 de julio de 2017

las variables de la culpa

"A los que creen que los regímenes comunistas de Europa central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial:  los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al Paraíso. Lo defendieron valerosamente y para ello ejecutaron a mucha gente.  Más tarde se llegó a la conclusión de que no existía Paraíso alguno; de modo que los entusiastas resultaron ser los asesinos.
En aquel momento todos empezaron a gritarles a los comunistas: "¡Sois los responsables de la desgracia del país (empobrecido y despoblado), de la pérdida de su independencia (cayó en poder de Rusia), de los asesinatos judiciales!"
Los acusados respondían "¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡ Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!"
La polémica se redujo por lo tanto a la siguiente cuestión: ¿en verdad no sabían? ¿O sólo aparentaban no saber?
Tomás seguía atentamente esta polémica (la seguían los diez millones de habitantes de la nación checa) y opinaban que había comunistas que no eran del todo inocentes (inevitablemente tenían que saber algo de los horrores que habían ocurrido y no cesaban de ocurrir en la Rusia postrevolucionaria). Sin embargo, es probable que la mayoría de ellos, en efecto, no supiera nada.
Y llegó a la conclusión de que la cuestión fundamental no es:  ¿sabían o no sabían?, sino: ¿es inocente el hombre cuando no sabe?, ¿un idiota que ocupa el trono está libre de toda culpa sólo por ser idiota?"

La insoportable levedad del ser - Milan Kundera
Tusquets Editores 2008
pág. 184



sábado, 22 de julio de 2017

lo que cuenta un bus

"Se trataba de un viejo autobús de cuatro cilindros, con un cambio de marchas especial, patentado.  Los flancos abombados del coche, a pesar de la pintura que los recubría, mostraban huellas de abolladuras, los golpes y los chirlos de una larga y accidentada carrera.  [  ]
También su parte interior se había reconstruido.  Los asientos que en otros tiempos fueran de caña estaban ahora tapizados con hule encarnado.  Se percibía levemente el agrio olor del hule y el más intenso y penetrante del aceite y la gasolina.  Era muy viejo y había hecho mucho viajes.  El piso, de tablas de roble, estaba desgastado y pulido por los pies de los viajeros.  Las ventanas no se podían abrir, porque no encajaban bien.  En el verano Juan las quitaba y al llegar el invierno las colocaba de nuevo.
El asiento del conductor se había desgastado hasta los mismos muelles, pero se utilizaba un cojín de florido quimón con el doble fin de proteger al chófer y de retener los muelles en su lugar.  Del parabrisas colgaban los penates:  un zapatito de niño que simbolizaba la protección, ya que los vacilantes pasos de las criaturas requieren la vigilancia y ayuda de Dios; un pequeño guante de boxeo simbolizador de la fuerza de los puños del chófer, del ímpetud del pistón al impeler la biela, de la decisión del individuo como persona responsable y ufana; colgaba también del parabrisas una muñequita vestida con un sarong  provocativo que simbolizaba los placeres de la carne, de la vista, del olfato y del oído.  Cuando el autobús se ponía en marcha aquellos símbolos se balanceaban unos contra otros frente a los ojos del conductor.
Sobre el tablero de los instrumentos de mando había una pequeña Virgen de Guadalupe de metal, pintada con brillantes colores.  La vestimenta de la Virgen era azul y estaba en pie sobre la luna, sostenida por querubines.  Era ésta la ligazón de Juan Chicoy con la eternidad. Apenas se relacionaba con la religión en todo lo que es iglesia y dogma, pero si mucho en lo que tiene de recuerdo y sentimiento."

El autobús perdido - John Steinbeck
Imprenta Clarasó 1955 pág 16





martes, 18 de julio de 2017

desaprendiendo

"Dos palabras sobre la reeducación:  en la China roja, a finales del año 1968, el Gran Timonel de la Revolución, el presidente Mao, lanzó cierto día una campaña que iba a cambiar profundamente el país:  las universidades fueron cerradas y los "jóvenes intelectuales", es decir, los que habían terminado sus estudios secundarios, fueron enviados al campo para ser "reeducados por los campesinos pobres".  Algunos años más tarde, esa idea sin precedentes inspiró a otro líder revolucionario asiático, un camboyano, que, más ambicioso y radical aún, mandó a toda la población de la capital, tanto a ancianos como a jóvenes, "al campo".
La verdadera razón que impulsó a Mao Zedong a tomar semejante decisión sigue siendo oscura:  ¿quería acabar con los guardias rojos, que comenzaban a escapar de su control? ¿O era la fantasía de un gran soñador revolucionario, deseoso de crear una nueva generación?  Nadie supo nunca responder a esta pregunta.  Por aquel entonces, Luo y yo discutíamos a menudo, a hurtadillas, como dos conspiradores.  Nuestra conclusión fue la siguiente:  Mao odiaba a los intelectuales.
No éramos los primeros ni seríamos los últimos cobayas utilizados en este gran experimento humano. A comienzos del año 1971 llegamos a aquella casa sobre pilotes, perdida en lo más hondo de la montaña, y toqué el violín para el jefe de la aldea.  Tampoco éramos los más desgraciados.  Sin embargo, ironías del destino, ni Luo ni yo éramos bachilleres.  Nunca habíamos tenido la suerte de sentarnos en un aula de instituto.  Simplemente, habíamos terminado nuestros tres años de escuela cuando nos enviaron a la montaña como si fuéramos "intelectuales".

Balzac y la joven costurera china - Dai Sijie
Ediciones Salamandra 2010
pág. 12







sábado, 15 de julio de 2017

justicia estereotipada

"Y bien señores", dijo el Abogado general:  "Acabo de reconstruir delante de ustedes el hilo de acontecimientos que condujo a este hombre a matar con pleno conocimiento de causa.  Insisto en esto.", dijo, "pues no se trata de un asesinato común, de un acto irreflexivo que ustedes podrían considerar atenuado por las circunstancias.  Este hombre, señores, este hombre es inteligente.  Ustedes han oído ¿no es cierto?  Sabe contestar.  Conoce el valor de las palabras.  Y no es posible decir que ha actuado sin darse cuenta de lo que hacía." Yo escuchaba y oía que se me juzgaba inteligente. Pero no comprendía bien cómo las cualidades de un hombre común podían convertirse en cargos aplastantes contra un culpable.  Era esto lo que me chocaba y no escuché más al Procurador hasta el momento que le oí decir:  "¿Acaso ha demostrado al menos arrepentimiento?  Jamás señores. Ni una sola vez en el curso de la instrucción este hombre ha parecido conmovido por su abominable crimen"  En ese momento se volvió hacia mí, me señaló con el dedo, y continuó abrúmandome sin poder comprender bien por qué.  Sin duda no podía dejar de reconocer que tenía razón.  No lamentaba mucho mi acto.  Pero tanto encarnizamiento me asombraba. Hubiese querido tratar de explicarle cordialmente, casi con cariño, que nunca había podido sentir verdadero pesar por alguna cosa.  Estaba absorbido siempre por lo que iba a suceder, por hoy o por mañana.  Pero, naturalmente, en el estado en que se me había puesto, no podía hablar a nadie en ese tono. No tenía  derecho de mostrarme afectuoso, ni tener buena voluntad. Y traté de escuchar otra vez porque el Procurador se puso a hablar de mi alma."

El extranjero  - Albert Camus


martes, 11 de julio de 2017

¿ pobre Nanón ?

"El padre Grandet, que pensaba por entonces casarse y quería ir montando su casa, mandó llamar a esta joven que todo el mundo rechazaba.  Grandet, en su calidad de tonelero, apreció cuanto valía la fuerza corporal de aquella joven y se dio cuenta del partido que se podía sacar de aquella hercúlea complexión, plantada sobre sus pies como una encina de sesenta años sobre sus raíces, fuerte de caderas, cuadrada de espaldas, con maneras de carretero y una probidad tan rigurosa como lo era su intacta  virtud.  Ni las verrugas que adornaban aquel rostro marcial, ni la tez color de ladrillo, ni los nervudos brazos ni los harapos de Nanón, asustaron al tonelero, que se encontraba aún en esa edad en que el corazón se estremece. La vistió, la calzó, la mantuvo, le señaló un sueldo y la hacía trabajar sin tratarla mal.
Al verse Nanón acogida de aquella manera, lloró secretamente de alegría  y le tomó un gran afecto al tonelero quien, por lo demás, la explotaba señorialmente.  Nanón lo hacia todo; guisaba, hacía la colada, iba a lavar ropa al Loire cargándola sobre  sus hombros; se levantaba al amanecer y se acostaba tarde; hacía la comida para los vendimiadores en la época de recolección; vigilaba a los pisadores y defendía como un perro fiel los intereses de su amo; por último, confiando ciegamente en él, se sometía sin protestar a sus más ridículos caprichos.  El año famoso de 1811, cuya cosecha dió tanto que hacer, al cabo de veinte años de servicio, Grandet resolvió darle a Nanón su reloj, único regalo que recibió de él, pues si bien le daba sus zapatos viejos -que le venían bien-, era imposible considerar como un regalo el provecho que de ellos sacaba, pues no le duraban más de tres meses por lo estropeados que estaban.  La necesidad hizo a aquella pobre mujer tan avara, que Grandet acabó por tomarle cariño como se le toma a un perro, y Nanón se dejó poner las carlancas sin que los pinchazos le molestaran.  Si Grandet cortaba el pan con alguna escasez, la pobre mujer no se quejaba y participaba alegremente del proceso higiénico que procuraba el régimen severo de la casa en la que jamás caía enfermo ninguno.
Además, Nanón formaba parte de la familia; se reía cuando se reía él, se helaba de frío,  se calentaba o trabajaba cuando él lo hacía.  ¡Cuán gratas compensaciones tenía aquella igualdad!  Nunca el amo regañó a la criada por el albérchigo o por el melocotón, por las ciruelas o los albaricoques que se comiera debajo de los árboles.
- ¡Vamos hártate, Nanón,! - le decía en los años en que las ramas se venían abajo por el peso de los frutos, que los colonos se veían obligados a dar a los cerdos.
Para una muchacha de campo, que en su juventud no había recibido más que malos tratos; para una pobre recogida por caridad, la risa equívoca del padre Grandet, era un verdadero rayo de sol. Por lo demás, el corazón sencillo y la escasa inteligencia de Nanón no podía contener más que una idea. Al cabo de treinta y cinco años se veía aún llegando a la puerta del taller del señor Grandet con los pies desnudos, harapienta, y oía siempre al tonelero que le decía "¿ Qué quieres hija mía ?" Y su gratitud era eterna. Grandet, a veces, pensando que aquella criatura no había escuchado jamás la menor palabra halagüeña, que desconocía los sentimientos agradables que la mujer inspira, sentía compasión por ella y le decía mirándola:
"¡Pobre Nanón!"

Eugenia Grandet - Honoré de Balzac
Editorial EDAF S.A. 1993 pág. 46


sábado, 8 de julio de 2017

contradicciones vitales

"La primavera, sin hoja que mecer, desnuda y brillante como una virgen fiera en su castidad, desdeñosa de su pureza, se extendía por los campos  con los ojos abiertos, alerta y enteramente indiferente a la opinión de los demás.
[ ] A medida que se acercaba el verano y las tardes iban haciéndose más largas, los vigilantes,los confiados que se paseaban por la playa, hollando los charcos, tuvieron las visiones más raras:  carne trasmutada en átomos disueltos por el páramo, estrellas encendidas en su corazón , riscos, mar y nubes, agrupados adrede para juntar, por fuera, esos elementos expandidos de la visión interior.  En aquellos espejos de las mentes humanas, en esas charcas de agua inquieta, en las cuales las nubes pasan interminables y se forman las sombras, persisten lo ensueños, y era imposible resistir la extraña sugestión nacida de que las gaviotas, las flores, los árboles, los hombres, las mujeres, y hasta la propia tierra blanca, parecían decir:  el bien triunfa, la felicidad prevalece, impera el orden ( ¡pero todos estos testimonios se rehuían al formularse una cuestión precisa! ).  Tampoco era posible resistir el impulso extraordinario de marcharse de un lado a otro en pos de una bondad absoluta, de una transparencia acendrada y remota de todo placer conocido y de toda virtud familiar, algo ajeno al proceso de la vida doméstica, único, duro, brillante, como un diamante en la arena y cuya sola posesión otorgase seguridad.  Además, la primavera penetrada de suave aquiescencia, la primavera, con el bordoneo de las abejas y el baile de los cínifes, se envolvía  en su  manto, velaba sus ojos, apartaba la cabeza y, en medio de las sombras pasajeras y los chaparrones de lluvia fina, parecía haber asumido el conocimiento de los dolores de la humanidad."

Al faro - Virginia Woolf
Editorial Porrúa 2012
Pág.102


martes, 4 de julio de 2017

desde la humildad

"Más tarde se enfrascó en una tarea de pasar en limpio.  Anocheció.  A la mañana siguiente se vería si era una ayuda o una nulidad, una inteligencia o una máquina, un cerebro o una cabeza hueca.  De momento le pareció que había hecho bastante.  Arregló sus papeles y subió a su cuarto, feliz de poder estar un rato a solas.  No sin melancolía empezó a vaciar su maleta - todo cuanto poseía - cosa por cosa, lentamente, recordando las innumerables mudanzas en las que había usado ya esa misma maletita.  El joven empleado sintió cuán entrañables pueden resultarnos las cosas humildes.  Y mientras acondicionaba con intencionado esmero su escasa ropa blanca en el armario, se preguntó cómo le iría en casa de los Tobler:  "Bien o mal, ya estoy aquí, pase lo que pase".  En su fuero interno se comprometió a esforzarse, al tiempo que tiraba al suelo un ovillo de hilos viejos y trozos de bramante, corbatas, botones, agujas y retales de lino.  "Ya que aquí me dan casa y comida, quiero esmerarme física y espiritualmente para merecerlo". siguió murmurando, "¿qué edad tengo ahora? !¡Veinticuatro años! Ya no soy lo que se dice un jovencito. Me he quedado atrás en la vida". Acabó de vaciar la maleta y la puso en un rincón.  En cuanto creyó llegado el momento, bajó a cenar, luego se dirigió al correo del pueblo y, más tarde, a dormir."

El ayudante - Robert Walser
Ediciones Siruela, mayo 2012
pág.13


sábado, 1 de julio de 2017

algo más que un nombre

"Cené con mi amiga y después de cenar pasamos a la sala de lectura, donde nos esperaba la anciana.  Nuestra relación parecía haber progresado perceptiblemente en mi ausencia, aunque ninguna sabíamos el nombre de la otra.  Pensé que su nombre no  importaba demasiado.  Ella era lo que era. Nadie podía pasar por alto su distinción y su autoridad. Ambas estaban ahí, en el porte de su cabeza, en sus manos delicadas, en su voz, en cada palabra que pronunciaba en cualquier idioma, en sus ojos brillantes y penetrantes.  Su nombre no me inspiraba la menor curiosidad.  No era más que un accidente y apenas podía importar."

Para mayores de cuarenta - Willa Cather
Alba Editorial . Febrero 2002
pág.25