viernes, 27 de abril de 2018

a rey muerto, rey muerto

"- La señora Matilde no era atea.
- Agnóstica, entonces.
- Por lo que decía, ni eso.
Lisboa, de pronto ceñudo, la emplazó a que se explicara.
- Bueno - comenzó Ada Luz, tartamudeando un poco - Cuando la señora Matilde llegó de Houston la última vez y ya no se volvió a levantar, le vine a traer dos mañanitas que me había encargado que le tejiera, una amarilla, muy clarita, casi beige, un tono muy fino que ella misma eligió antes de irse, y otra color agua. Esa tarde estaba muy deprimida y cuando le pasé su espejito de mano que me pidió, comenzó a hablar de su muerte. Su carita...estaba tan mal...No la vi de frente cuando me habló sino reflejada en el espejito y tenía lágrimas, me pareció.  Yo me sentí un poco rara porque no teníamos intimidad y hablarle de esas cosas a una extraña...bueno, claro, como era tan solita...
- ¿Qué tiene que ver todo eso...?
- Es que entonces, mientras se miraba en el espejito de mano, de repente me contó la cosa más rara.
- ¿Qué?
- Que ella, en Houston, había pedido la extremaunción.
¿Y se la dieron?
- Sí. Y que comulgó. ¿Qué raro, no? Quedé muy confundida. ¿Y sabe qué más me dijo?
- ¿Quién? - preguntó Lisboa, aturdido por esta  revelación.
- La señora Matilde, pues Lisboa.
- ¿Qué?
- Que a ella, para su funeral, le gustaría que le dijeran misa.
Lisboa la enfrentó:
- ¿Y eso qué tiene de particular? Está dentro de la nueva consigna del Partido, aunque ella no pertenecía: la unidad de la oposición. A mi, personalmente, me da un poco de risa estar aliado con la Iglesia, pero...
- Y entonces me dijo que le gustaría que su misa se la dijera uno de esos curitas  revolucionarios que viven en las poblaciones.
- ¿A ver? Eso es muy distinto.
- ¿Por qué va a ser distinto?
- No me gusta nada este asunto de las misas y las comuniones. Un curita cualquiera que dice misa en un funeral no es más que eso: un cura que dice misa en un funeral. ¿Comprende? No nos hace daño.
- Claro que no.
- Pero un cura revolucionario sería una bandera demasiado poderosa si le dice una misa a la señora Matilde. En ese caso la oposición se transformaría en resistencia, y la resistencia la tenemos que encabezar nosotros, no los curas.
-¿Qué vamos a hacer con lo de la misa, entonces?
- ¿Por qué no me lo dijo antes?
-  Porque no creí que tuviera importancia.
Él le tomó la mano encima de la barandilla y le sonrió benigno.
- Y así es:  no la tiene. Olvídese del asunto, mijita. "

La desesperanza - José Donoso
Editorial Seix Barral, 1986



sábado, 21 de abril de 2018

creciendo

"Los tres bajaron en silencio por la pequeña calle oscura y vacía. El viento soplaba sobre la figura de Antoinette con un aire frío, húmedo de lluvia, como empañado de lágrimas. Aminoró el paso, miró a los enamorados que caminaban delante de ella sin decir nada, apretados el uno contra el otro. Qué presurosos iban… Antoinette se detuvo. Ellos no volvieron siquiera la cabeza. «Si me atropellara un coche, ¿lo oirían al menos?», pensó con repentina amargura. Un hombre que pasaba se topó con ella. Antoinette dio un respingo asustada, pero no era más que el farolero; observó cómo iba tocando una a una las farolas con su larga pértiga y éstas se encendían súbitamente en medio de la noche. Todas aquellas luces que parpadeaban y vacilaban como velas al viento… De pronto tuvo miedo y echó a correr a toda prisa.
Alcanzó a los enamorados delante del puente de Alejandro III. Se hablaban muy deprisa, muy quedo, juntas las caras. Al divisar a Antoinette, el muchacho hizo un gesto de impaciencia. Miss Betty se turbó brevemente; después, impulsada por una repentina inspiración, abrió su bolso y sacó el paquete de sobres.
– Tenga, querida, aquí están las invitaciones de su madre, que aún no he echado al correo… Vaya corriendo a ese pequeño estanco, allí, en aquella calle a la izquierda. ¿Ve la luz? Échelas en el buzón. Nosotros la esperamos aquí.Depositó el paquete en manos de Antoinette y a continuación se alejó precipitadamente. En medio del puente, Antoinette la vio detenerse una vez más, esperar al muchacho con la cabeza gacha. Se apoyaron en el parapeto.
Antoinette no se había movido. A causa de la oscuridad sólo veía dos sombras borrosas, y alrededor el Sena negro y lleno de reflejos. Incluso cuando se besaron, adivinó más que vio la flexión, una especie de blanda caída de un rostro contra el otro, pero se retorció las manos como una mujer celosa. Con el movimiento que hizo, un sobre escapó y cayó al suelo. Tuvo miedo y se apresuró a recogerlo, y en el mismo instante se avergonzó de ese miedo. ¿Qué, siempre temblando como una niña? No era digna de ser una mujer. ¿Y esos dos que seguían besándose? No habían separado los labios… La embargó una especie de vértigo, una necesidad salvaje de desafío y de hacer daño. Con los dientes apretados, agarró los sobres y los estrujó, los rompió y los lanzó todos juntos al Sena. Con el corazón ensanchado, los contempló flotar contra el arco del puente. Luego, el viento acabó por llevárselos río abajo."

El baile - Irene Némirovsky
Ediciones Salamandra, 2008

domingo, 15 de abril de 2018

certezas ancestrales e inquietudes de un joven

"Okonkwo estaba satisfecho interiormente por la evolución de su hijo, y sabía que se debía a Ikemefuna. Quería que Nwoye se convirtiera en un joven duro capaz de gobernar la casa de su padre cuando él muriese y fuese a reunirse con los antepasados. Quería que fuese un hombre de buena posición, que tuviese suficiente en su granero para alimentar a los antepasados con sacrificios regulares. Y por eso se sentía feliz siempre que le oía refunfuñar contra las mujeres. Eso demostraba que sería capaz de controlar a su debido tiempo a las de la familia. Por muy buena posición que tuviese un hombre, si no era capaz de controlar a sus mujeres y a sus hijos (y sobre todo a sus mujeres) no era realmente un hombre. Era como el hombre de la canción que tenía diez esposas y no tenía sopa suficiente para su fufú.
Así que Okonkwo animaba a los chicos a sentarse con él en su obi  y les contaba historias del país, historias masculinas de violencia y derramamiento de sangre. Nwoye sabía que estaba bien ser masculino y ser violento, pero aún prefería sin saber por qué los cuentos que solía contar su madre, y que aún debía seguir contándoles sin duda a sus otros hijos más pequeños...cuentos de la tortuga y sus astutas artimañas y del pájaro eneke-nti-oba que desafiaba a todo el mundo a un combate de lucha y al que acababa derribando el gato."

Triología africana
Todo se desmorona - Chinua Achebe
DeBolsillo, 2014



jueves, 12 de abril de 2018

la insoportable levedad de la información

¿Cuándo conocí a un chino por primera vez? Así comienza esta historia, con una pregunta casi arqueológica. Etiquetando movimientos telúricos para luego categorizarlos, analizarlos.
En todo caso, ¿cuándo conocí a un chino por primera vez?  Supongo que entre 1959 y 1960, aunque, ya fuera un año u otro, no supone una gran diferencia. Ninguna en absoluto, para ser exactos. Esos dos años son como dos gemelos desgarbados vestidos con la misma ropa descuidada. De hecho, por mucho que pudiera regresar a aquella época con una máquina del tiempo, me costaría mucho trabajo apreciar las diferencias entre ellos.
A pesar de lo cual, me armo de paciencia y sigo adelante, obstinándome en abrir la brecha para ver brotar momentos telúricos poco a poco, fragmentos de memoria.
De acuerdo.  Estoy seguro de que fue el año en el que Johansson y Patterson pelearon por el título mundial de los pesos pesados.  Recuerdo haber visto el combate en televisión aquel año. Lo cual quiere decir que me basta con hojear los periódicos de la época en la hemeroteca. Así lo pondré todo en orden.
Por la mañana voy a la biblioteca municipal en bici. No sé por  qué, pero junto a la entrada hay un gallinero con cinco gallinas que picotean en el suelo su desayuno tardío o su comida temprana, quién sabe. Como el día está lindo, decido fumarme un cigarrillo ahí al lado antes de entrar, y mientras fumo observo cómo comen. Picotean con aire de estar muy ocupadas, con tanta prisa que la escena parece sacada de uno de esos noticieros con pocos fotogramas  por segundo.
Cuando me termino el cigarrillo, algo ha cambiado dentro de mí, sin duda. Una vez más, desconozco la razón. Sin embargo, ese nuevo yo surgido a una distancia de cinco gallinas y un cigarrillo, me formula dos preguntas, sin saber por qué.
Primera: ¿a quién le puede interesar la fecha exacta en la que conocí a un chino por primera vez?
Segunda: ¿qué voy a ganar por desplegar frente a mí el anuario de un periódico en esta sala de lectura iluminada por el sol?
Dos buenas preguntas. Me fumo otro cigarrillo, me subo a la bici y me despido de las gallinas y de la biblioteca. Si los pájaros vuelan por el cielo sin tener que soportar la carga de un nombre, yo liberaré a mi memoria de la pesada carga de los datos.

El elefante desaparece - Haruki Murakami
Tusquets Editores, 2016



sábado, 7 de abril de 2018

los dibujos de la lluvia


"La lluvia persistía y todas las mañanas, al despertarme, mi primera preocupación era asegurarme de que seguía cayendo.  Encima de mi ventana había una plancha de zinc, de unos treinta centímetros de anchura, que se extendía a lo largo de la fachada para proteger el toldo de franjas rojas que se desplegaban en verano.  Sobre este zinc, las gotas se entregaban a un juego endiablado, siempre diferente.  Al aplastarse, formaban un dibujo complicado, vivo, como una especie de mapa en movimiento.  Yo siempre esperaba ver lo que resultaría de este dibujo si tenía la posibilidad de llegar hasta el fin de su vida.  Daba la impresión de que también él abrigaba la esperanza, porque se agitaba con rapidez, pero, apenas empezaba su evolución, llegaba otra gota y otro dibujo la borraba y destruía el primero"

Lluvia - Georges Simenon
Ediciones B.S.A. 1988


martes, 3 de abril de 2018

dos alegrías

"-¡Cuál es tu mayor felicidad? - le pregunto a un hombre  a quien amo. Estamos en la nueva casa de verano. Cae la lluvia de un cielo gris y sombrío. Yo me había imaginado que caminábamos los dos desnudos y morenos y hermosos al sol descubriendo cosas nuevas el uno del otro.
- ¿Mi felicidad? -contesta él, y levanta la vista de lo que está leyendo. No sabe en qué estoy pensando. Quizás tiene miedo de no decir lo que yo espero oír.
- Mi felicidad creo que se produce cuando trabajo con el sudor de mi frente todo el día en algo duro. Cuando he tenido que usar todo mi cuerpo cuando me he agotado y me duelen todos los músculos, y entonces finalmente termino. Entro y me siento. Descanso sabiendo que he cumplido con lo que me proponía hacer. Reposo con la alegría de un trabajo bien hecho.
Él no pregunta qué es mi felicidad. Pero al día siguiente yo lo sé. Hemos disfrutado de una espléndida comida. Alaba los platos y repite varias veces. Nos acostamos en la cama sintiéndonos muy unidos. Saciados de ternura. Ya no sentimos miedo, ni hay preguntas sin contestar entre nosotros. Sólo un tierno placer en el cuerpo del otro y en sus manos y su rostro y su expresión. Estoy con él, de la única manera en la que realmente vivo.
Cuando me despierto, aún hay luz afuera y él ha salido. Voy descalza al cuarto de estar, aún cálida y feliz, plena de él,  y veo que ha encendido la chimenea. En la cocina encuentro café que ha puesto sobre el hornillo para mí, y una taza al lado.
No llevo nada sobre el cuerpo cuando salgo al jardín.
Llueve aún y los dedos de mis pies se deslizan dentro de la tierra húmeda y fragante. Y entonces le veo junto al garaje cortando leña que yo tenga suficiente para el invierno. Ha hecho un tajo donde cortarla y ha comprado un hacha para la casa. No sé en lo que estará pensando. De pronto, recuerdo que está en plena felicidad.
Y yo vuelvo a entrar y siento mi felicidad que me fluye por todo el cuerpo."

Senderos - Liv Ullman
Circulo de Lectores, 1979


domingo, 1 de abril de 2018

entre el ser y el no ser

"Atravesó el aparcamiento a paso ligero y le volvió entonces, muy pálido, el recuerdo de una sensación idéntica, de una época de su vida en la que iba siempre así, con el paso ligero y el alma en paz -sí, siempre así, y tal era el rostro que presentaba al mundo sereno y benevolente.
Ello le pareció ya tan remoto que casi dudó de que se trataba de él, Rudy Descas, y no de su padre o de algún otro con el que hubiera soñado.
¿A cuándo se remontaba ese período?
Pensó que había que situarlo después de su regreso a Dakar, solo, sin mamá, que se había quedado en Francia, y poco antes de que conociera a Fanta.
También pensó, con un estremecimiento de sorpresa, pues había olvidado por completo ese detalle, que le parecía entonces natural tender a la bondad.
Se detuvo de repente  en el aparcamiento inundado de sol. Los efluvios del alquitrán recalentado saturaban su olfato.
Tuvo un deslumbramiento pese a que no miraba fijamente en absoluto el cielo, sino el asfalto bajo sus pies.
¿Había sido verdaderamente, ese hombre que recorría con el alma ligera, el alma en paz, las calles tranquilas del Plateau, donde había alquilado un pequeño departamento, y sin duda no muy distinto en el aspecto, con su color rubio y la amable regularidad de sus rasgos, de los hombres de frente blanca que crecían en aquel barrio, aunque sin compartir ninguna de sus ambiciones mercantiles, de su trajín?
¿Podía, en verdad, haber sido ese hombre, Rudy Descas, que aspiraba, con tranquila clarividencia, a mostrarse justo y bueno, y más aún (oh, se ruborizaba de confusión y de asombro por ello) a distinguir siempre en él el bien del mal, a no preferir nunca este último incluso en el supuesto de que bajo la máscara del bien, tal como no era raro, aquí, cuando uno es un hombre de frente blanca, de bolsillos razonablemente llenos y cuya labor del tipo que fuese, así como la paciencia y el aguante infinitos, se pudiera comprar por no mucho?

Tres mujeres fuertes - Marie NDiaye
Editorial Acantilado, 2010