"Atravesó el aparcamiento a paso ligero y le volvió entonces, muy pálido, el recuerdo de una sensación idéntica, de una época de su vida en la que iba siempre así, con el paso ligero y el alma en paz -sí, siempre así, y tal era el rostro que presentaba al mundo sereno y benevolente.
Ello le pareció ya tan remoto que casi dudó de que se trataba de él, Rudy Descas, y no de su padre o de algún otro con el que hubiera soñado.
¿A cuándo se remontaba ese período?
Pensó que había que situarlo después de su regreso a Dakar, solo, sin mamá, que se había quedado en Francia, y poco antes de que conociera a Fanta.
También pensó, con un estremecimiento de sorpresa, pues había olvidado por completo ese detalle, que le parecía entonces natural tender a la bondad.
Se detuvo de repente en el aparcamiento inundado de sol. Los efluvios del alquitrán recalentado saturaban su olfato.
Tuvo un deslumbramiento pese a que no miraba fijamente en absoluto el cielo, sino el asfalto bajo sus pies.
¿Había sido verdaderamente, ese hombre que recorría con el alma ligera, el alma en paz, las calles tranquilas del Plateau, donde había alquilado un pequeño departamento, y sin duda no muy distinto en el aspecto, con su color rubio y la amable regularidad de sus rasgos, de los hombres de frente blanca que crecían en aquel barrio, aunque sin compartir ninguna de sus ambiciones mercantiles, de su trajín?
¿Podía, en verdad, haber sido ese hombre, Rudy Descas, que aspiraba, con tranquila clarividencia, a mostrarse justo y bueno, y más aún (oh, se ruborizaba de confusión y de asombro por ello) a distinguir siempre en él el bien del mal, a no preferir nunca este último incluso en el supuesto de que bajo la máscara del bien, tal como no era raro, aquí, cuando uno es un hombre de frente blanca, de bolsillos razonablemente llenos y cuya labor del tipo que fuese, así como la paciencia y el aguante infinitos, se pudiera comprar por no mucho?
Tres mujeres fuertes - Marie NDiaye
Editorial Acantilado, 2010
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