lunes, 25 de marzo de 2019

una cosa por otra

"Cinco días después volví a mi casa y me encontré una carta de mi marido en el alféizar de la ventana. En la carta ponía que amaba a otra mujer y que a partir de entonces quería vivir con ella.
Me daba las gracias por nuestros años en común y me pedía de todo corazón que le dejara en paz.
No ponía más.
Al parecer hay mujeres a las que se les saltan las lágrimas ante noticias así. Se les doblan las rodillas y se dejan caer sobre las baldosas del suelo ajedrezado de la cocina, y sus familiares tienen que hacer grandes rodeos para llegar a la nevera. Yo no era de ésas.
Lo primero de todo, me hice un té, siguiendo todas las reglas de ese arte. Precalenté la tetera y eché agua hirviendo sobre las hojas. Si había algo que odiaba, era el té mal hecho y de baja calidad. Bebí mi extraordinario té a pequeños sorbos, comí mi mermelada casera de grosellas y me quedé pensando.
Imaginé cómo sería entrar por la puerta y no ver a nadie en la cocina haciendo ruido al comer. Nadie que pusiera a prueba mis nervios devorando fría la comida que le tenía preparada, porque no había sido capaz de calentarla. La comida en general: podía dejar por completo de cocinar. Por la mañana cocería un puré de avena y por la noche me haría una ensalada. ¡Cuánto tiempo me iba a ahorrar con eso! Podría emplear ese tiempo en leer, ver la televisión o hacer ejercicios de gimnasia.
Seguí pensando. Al volver del trabajo, no tendría que hablar con nadie. Empecé a contar cuántas camisas no tendría que lavar ni planchar ya cada semana, cuántos calcetines, pantalones, calzoncillos.
¡Y la compra! Ya casi no tendría que cargar nunca con pesadas bolsas de compra, porque me harían falta mucho menos alimentos. Ya no tendría que limpiar tanta suciedad, porque yo no mancho. Podría hablar con Dios las veces que quisiera. Me enfadaría muchísimas menos veces, porque no habría nadie que me pusiera constantemente de los nervios. Hombres desconocidos, jóvenes que me echaran piropos y se fueran por la mañana, a casa de su mamá o de su novia,tanto me daba. Que me hicieran sentirme de nuevo mujer. Porque tengo que admitir que desde hacía tiempo ya no me gustaba que Kalgánov me tocara. Cuando dormido, me rozaba sin querer una pierna, yo la retiraba llena de asco. Y hacía mucho tiempo que él había dejado de hacer eso con algún tipo de intención.
Claro que no todo eran ventajas en esa carta del alféizar. Como todo el mundo sabe, en la vida no se regala nada. Tendría que pagar algo por mi libertad. A partir de ahora, por ejemplo, sería una mujer abandonada. No es es mejor de los estatus. Tendría que aprender a convivir con miradas llenas de prejuicios. Pero todo lo demás estaría, con la ayuda de Dios, en mis manos."

Los platos más picantes de la cocina tártara - Alina Bronsky


sábado, 16 de marzo de 2019

el idioma que perdimos

"-Tú eres Maya. Y tú Mati. También yo me presentaré, yo soy Nehi. Soy el diablo de las montañas. El brujo. Y este es Shigi. No hay nada que temer de Shigi. Shigi es un oso un poco infantil, un oso que de repente empieza a bailar bajo la lluvia, o que intenta espantar a las moscas con su rabo demasiado corto, o que se esconde durante horas en la maleza del río y empieza a salpicar con una pata a todas las criaturas que pasan por allí. Shigi, deja de molestar. Estoy contando una historia.

- Con el tiempo -continuó relatando el hombre -, aprendí también palomán, grillol, ranés, cabrés, pecí, y abejino. Y al cabo de  unos meses, cuando desaparecí y me fui a vivir solo una vida de niño de las montañas en el bosque, me esforcé en aprender más y más idiomas de los animales. No me resultó difícil, porque en las lenguas de los animales hay muchas menos palabras que en las lenguas de las personas, y solo tienen tiempo presente, no existe pasado ni futuro, y solo tienen verbos, adjetivos e interjecciones, nada más. "

De repente en lo profundo del bosque - Amos Oz
Editorial Sudamericana, 2009


viernes, 1 de marzo de 2019

cold and solitude are friendly



There is nothing so sanative, so poetic, as a walk in the woods and fields even now, when I meet none abroad for pleasure. Nothing so inspires me and excites such serene and profitable thought. The objects are elevating. In the street and in society I am almost invariably cheap and dissipated, my life is unspeakably mean. No amount of gold or respectability would in the lest redeem it, - dining with the Governor or a member of Congress!! But alone in distant woods or fields, in unpretending sprout-lands or pastures tracked by rabbits, even in a bleak and, to most, cheerless day, like this, when a villager would be thinking of his inn, I come to myself, I once more feel myself grandly related, and that cold and solitude are friends of mine. I suppose that this value, in my case, is equivalent to what others get by churchgoing and prayer. I come to my solitary woodland walk as the homesick go home. I thus dispose of the superfluous and see things as they are, grand and beautiful.

Walden - Henry David Thoureau

Editorial Catedra, 2005