viernes, 21 de junio de 2019

contradicciones del éxito

"Al día siguiente, un numeroso grupo iría a despedirlo a la estación, y todo habría terminado para él. Sentía curiosidad por saber cómo iban a juzgarlo. Los malayos y los chinos dirían que había sido severo, pero también justo. Los plantadores no le tenían simpatía. Lo juzgaban duro porque no había permitido que hicieran su voluntad en su trabajo. Sus subordinados le temían. Los había obligado a andar derechos. George Moon no toleraba la negligencia y la ineptitud. El siempre había trabajado, y no veía por qué los demás no habían  de hacer lo mismo. Lo consideraban algo inhumano. Desde luego, tenía un carácter franco. No podía desprenderse nunca de su posición oficial, ni siquiera cuando iba al club y se reía oyendo historias jocosas, o cuando hacía alguna broma o se la gastaban a él. Se había dado  cuenta de  que su llegada proyectaba una especie de sombra y que jugar al bridge con él (le gustaba jugar una partida todos los días de seis a ocho) se consideraba un honor más que un entretenimiento. Cuando, en el transcurso de la noche, un joven alborotaba demasiado en una mesa, los demás lo miraban a él, hasta que algunas veces un socio antiguo se decidía a acercarse a aquella mesa para recomendar en voz baja mayor compostura. George Moon suspiró levemente. Desde el punto de vista oficial, su carrera había sido un éxito, había sido  el residente más joven de los Estados Federados Malayos, y por sus servicios excepcionales lo habían hecho miembro de las órdenes de San Miguel y de San Jorge. Pero desde un punto de vista humano, quizá fuera distinto. Se había ganado el respeto de todos por su competencia, laboriosidad y honradez, pero tenía suficiente sentido común para darse cuenta de que no había inspirado afecto. Nadie lamentaría su partida. Al cabo de unos meses, todos lo habrían olvidado."

Cuentos de mujeres infieles (Antología)
Más allá del más allá - William Somerset Maugham
Editorial Andrés Bello, 1996


jueves, 20 de junio de 2019

espacios limitados

"_ ¿Vive usted sólo en esta casa tan grande? ¿No le sobra espacio?
_ No _ contestó sin titubear_. En absoluto. Me gusta estar solo. Es mi carácter. Piense, por ejemplo, en el córtex cerebral. Los seres humanos tenemos uno con unas capacidades enormes. Sin embargo, la parte que usamos habitualmente apenas llega al diez por ciento del total. Nacemos con un órgano maravilloso con unas capacidades enormes, pero, por desgracia, aún no hemos logrado explotarlo en su totalidad. Es como si una familia de cuatro miembros usara solo una habitación de cuatro tatamis y medio a pesar de tener una mansión lujosa, amplia y cómoda. Todas las habitaciones menos una estarían en desuso, vacías. Si lo piensa, entenderá por qué vivo aquí solo sin problemas. No es algo tan extraño.
Visto así, quizá tenga razón.
El símil me pareció acertado. Durante un rato, Menshiki se dedicó a juguetear con un anacardo en la mano, y al final dijo:
_ No obstante, si no tuviéramos un cerebro tan perfecto, a pesar de su aparente inutilidad, no seríamos capaces de pensar en abstracto y tampoco se nos ocurriría adentrarnos en el terreno de la metafísica. Puede que solo usemos una pequeña parte, pero el córtex cerebral es capaz de muchas cosas. No puedo evitar preguntarme de qué seríamos capaces si lo utilizásemos en su totalidad. ¿No se parece un tema apasionante?"

La muerte del comendador - Haruki Murakami
Editorial Planeta Chilena S.A. 2018