"Al día siguiente, un numeroso grupo iría a despedirlo a la estación, y todo habría terminado para él. Sentía curiosidad por saber cómo iban a juzgarlo. Los malayos y los chinos dirían que había sido severo, pero también justo. Los plantadores no le tenían simpatía. Lo juzgaban duro porque no había permitido que hicieran su voluntad en su trabajo. Sus subordinados le temían. Los había obligado a andar derechos. George Moon no toleraba la negligencia y la ineptitud. El siempre había trabajado, y no veía por qué los demás no habían de hacer lo mismo. Lo consideraban algo inhumano. Desde luego, tenía un carácter franco. No podía desprenderse nunca de su posición oficial, ni siquiera cuando iba al club y se reía oyendo historias jocosas, o cuando hacía alguna broma o se la gastaban a él. Se había dado cuenta de que su llegada proyectaba una especie de sombra y que jugar al bridge con él (le gustaba jugar una partida todos los días de seis a ocho) se consideraba un honor más que un entretenimiento. Cuando, en el transcurso de la noche, un joven alborotaba demasiado en una mesa, los demás lo miraban a él, hasta que algunas veces un socio antiguo se decidía a acercarse a aquella mesa para recomendar en voz baja mayor compostura. George Moon suspiró levemente. Desde el punto de vista oficial, su carrera había sido un éxito, había sido el residente más joven de los Estados Federados Malayos, y por sus servicios excepcionales lo habían hecho miembro de las órdenes de San Miguel y de San Jorge. Pero desde un punto de vista humano, quizá fuera distinto. Se había ganado el respeto de todos por su competencia, laboriosidad y honradez, pero tenía suficiente sentido común para darse cuenta de que no había inspirado afecto. Nadie lamentaría su partida. Al cabo de unos meses, todos lo habrían olvidado."
Cuentos de mujeres infieles (Antología)
Más allá del más allá - William Somerset Maugham
Editorial Andrés Bello, 1996
No hay comentarios:
Publicar un comentario