"Cené con mi amiga y después de cenar pasamos a la sala de lectura, donde nos esperaba la anciana. Nuestra relación parecía haber progresado perceptiblemente en mi ausencia, aunque ninguna sabíamos el nombre de la otra. Pensé que su nombre no importaba demasiado. Ella era lo que era. Nadie podía pasar por alto su distinción y su autoridad. Ambas estaban ahí, en el porte de su cabeza, en sus manos delicadas, en su voz, en cada palabra que pronunciaba en cualquier idioma, en sus ojos brillantes y penetrantes. Su nombre no me inspiraba la menor curiosidad. No era más que un accidente y apenas podía importar."
Para mayores de cuarenta - Willa Cather
Alba Editorial . Febrero 2002
pág.25
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