"Durante mucho tiempo me regodeé en los rescoldos de mi irrelevancia. Mientras lo hacía, analizaba inconscientemente las alternativas. ¿Debía rendirme a la inexistencia impuesta por una fuerza que yo no respetaba? ¿Debía fingir que obedecía y, en secreto, engañar al régimen? ¿Debía abandonar el país, como habían hecho o se habían visto obligados a hacer, muchos de mis amigos? ¿Debía huir de mi trabajo en silencio, como habían hecho algunos de mis colegas más respetables? ¿Había otra opción?
Durante aquel período me uní a un pequeño grupo que se juntaba para leer y estudiar literatura clásica persa. Los domingos por la noche íbamos a la casa de alguno de los participantes y pasábamos el rato estudiando un texto tras otro durante horas. Nos reuníamos los domingos por la noche en diferentes casas, a veces durante los apagones, a la luz de las velas, y así año tras año. Incluso cuando las diferencias políticas y personales nos distanciaban, aquellos textos mágicos volvían a unirnos. Como un grupo de confabuladores, nos sentábamos alrededor de la mesa del comedor y leíamos poesía y prosade Rumi, Hafez, Saadi, Khayam, Nezami, Ferdowsi, Attar y Beyhaghi.
Nos turnábamos para leer pasajes en voz alta, y las palabras, literalmente, se elevaban en el aire y descendían como un vapor sutil que impregnaba nuestros sentidos. Sus palabras eran tan seductoras y juguetonas, tanta alegría en su capacidad para deleitar y sorprender, que yo no dejaba de preguntarme: "¿Cuándo hemos perdido esa condición, esa habilidad para seducir y quitar importancia a la vida con la poesía? ¿Cuándo se produjo esa pérdida exactamente? Lo que hay en este momento es una retórica edulcorada, hipérboles en desuso, engañosas, que apestan a perfume barato"
Leer Lolita en Teherán - Azar Nafisi
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