"Beirut es una enfermedad crónica, y el deseo de regresar es, para mí, una recaída primaveral. Lo sé muy bien porque, aunque he conocido la capital del Líbano en todas sus estaciones, más adelante sólo en primavera me ha abierto el pecho la nostalgia, con sus dedos de espigas. No es que, en otros momentos, la añoranza no se presentara. Podía ocurrir cualquier mañana del invierno madrileño, al embutirme en el viejo Barbour, que huele a betún y a campos de refugiados palestinos, para sacar a pasear al perro. O al escuchar en la radio una canción pasada de moda (una lambada, o un cha-cha-cha), a cuyo ritmo bailé frenéticamente en otro momento en el pub Charlie Brown, del hotel Le Cavalier, ante la sonrisa de Ahmed, el barman, que una vez me leyó el futuro (y acertó) en el poso de una taza de café, en su casa de Sabra. La añoranza se presenta invariablemente cada vez que contemplo un vuelo de palomas y evoco el pastoreo, mediante cintas de colores, con que muchos beirutíes hacen danzar a sus tórtolas en el cielo, convirtiéndolas en pequeñas nubes teñidas de índigo que componen figuras abstractas en el resplandor mineral del atardecer.
De modo que, en la primavera de 1998, cuando me dispongo a empezar este libro, después de ordenar apuntes y seleccionar material, he comprendido que no podré escribir ni una línea decente si no empiezo por admitir que sigo enferma de Beirut y que, de una vez por todas, debo recetarme a mi misma la única medicina adecuada, aquella que durante casi diez años me he negado a prescribir por miedo a que la realidad arruinara mis recuerdos. En una palabra, regresar. Volver a la ciudad amada, en donde conviví con la belleza y el terror, y en donde comprendí con cuánta frecuencia ambas emociones son inseparables.
Regresar para saber quién fui, que es tanto como decir para saber quién soy."
Mujer en guerra - Maruja Torres
Grupo Santillana de Ediciones, 2000
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