"Es tan intenso que evoco siempre en presente ese recuerdo: Sentado en la terraza de un café de Port Bou, viendo declinar la tarde del último día de verano de 1966, Marcel Duchamp me habla de la fiesta de Viena, de los disparos del negro Virgilio y de la sociedad shandy, cuya existencia hasta ahora yo desconocía por completo. La terraza del café se halla muy cerca de la pensión en la que, hace 27 años, Walter Benjamin se vio obligado a quitarse la vida.
Bebiendo pastis, Marcel Duchamp me habla de la emoción del involuntario suicida y me explica que la historia de los portátiles habría tomado derroteros muy distintos de no ser por la decisiva y providencial intervención de Walter Benjamin en el amanecer brumoso en que los shandys, huyendo de la causa de Littabarski, comenzaban a dispersarse, totalmente desorientados, por una fantasmal Viena en la que, de pronto, el reboco de un muro al derrumbarse tomaba el aspecto de un hombre al caminar, y en las figuras que configuraban el hielo se formaban rasgos de caras rígidas.
En esos momentos de pánico y dispersión, al ver que los shandys huían en las más variadas direcciones y que eso podía dificultar enormemente el reagrupamiento, Walter Benjamin acertó a dar una consigna que les convocó a todos en la ciudad de Praga, recomendándoles que se alojaran en pensiones del barrio de Gustav Mayrinck y trataran, a través del fortuito encuentro callejero, de ir poniéndose nuevamente en contacto entre ellos.
Ningún shandy olvidó aquella consigna cazada al vuelo en medio de su huida despavorida, y eso permitió que el viaje shandy continuara: un viaje que, a todas luces, era un movimiento inútil, pues no se perseguía un fin u objetivo determinado. Eran como peregrinos medievales para los que lo principal era el viaje y poco importaba que llegaran a Canterbury, Jerusalén o Compostela. Sólo buscaban viajar contándose historias."
Historia abreviada de la literatura portátil - Enrique Vila-Matas
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