"Muchas gracias por todo, seora - le dijo desde arriba-, Haré lo que me dijo usted. Volveré atrás y cogeré la carretera de Salinas.
- Recuerde que, si el camino se hace largo, debe mantener siempre húmeda la tierra.
- ¿La tierra, seora? ¿La tierra...? ¡Ah! ¡Claro! La tierra de los crisantemos. No se preocupe.
Chasqueó la lengua. El caballo y el burro se revolvieron bajo las bridas. El perro larguirucho volvió a ocupar su sitio entre las ruedas de atrás de la carreta. Y la comitiva dio vuelta, se dirigió a la salida de la granja y tomó el camino que bordea el río, el mismo por el que había llegado un rato antes.
Elisa se mantuvo de pie junto a la verja de alambre, viendo alejarse lentamente el carromato. Sus hombros estaban rígidos, su cabeza echada un poco hacia atrás y sus ojos entrecerrados, de modo que la escena se le pudiera quedar bien grabada en la mente. Sus labios se movieron, formando silenciosamente las palabras "Adiós. Adiós". Y seguidamente, se le escapó en voz alta un:
-Camináis hacia la libertad, por el camino de luz, ¡Qué luminoso debe ser lo que os espera!
Le asustó el sonido de su propia voz y, volviendo a su postura natural, miró en todas las direcciones para comprobar si alguien había podido escuchar lo que acababa de decir.
Los crisantemos - John Steinbeck
Aguilar Ediciones, 1995
"Reconocer la realidad como forma de ilusión, y la ilusión como forma de realidad, es igualmente necesario e igualmente inútil". F. Pessoa
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