"¡Oh noche sin objeto! ¡Oh ventana sorda a lo de fuera, oh puertas cerradas con cuidado; prácticas procedentes de antiguos tiempos, transmitidas, justificadas, jamás comprendidas por completo! ¡Oh silencio en la jaula de la escalera, silencio en las habitaciones vecinas, silencio allá arriba, en el techo! ¡Oh madre, oh tú, única que te has enfrentado con todo este silencio cuando era niño!¡Que le tomas sobre ti, que dices: "No te asustes, soy yo! ¡Que tienes el valor, en plena noche, de ser el silencio para el que tiene miedo! Enciendes una luz y el ruido ya eres tú. La levantas y dices "Soy yo, no te asustes" y la depositas lentamente, y no hay duda eres tú, tú eres la luz alrededor de los objetos familiares e íntimos que están allí, sin doble sentido, buenos, sencillos, ciertos. Y cuando algo se mueve en el muro o da un paso en el suelo: sonríes solamente, sonríes, sonríes, transparente sobre un fondo claro, el rostro angustiado que te sondea como si fueses parte del misterio, como si estuvieses en el secreto de cada sonido ahogado, de concierto y acuerdo con él. ¿Hay un poder que igual al tuyo en el reino de la tierra? "
Los cuadernos de Malte Laurids Brigge - R. M. Rilke
"Reconocer la realidad como forma de ilusión, y la ilusión como forma de realidad, es igualmente necesario e igualmente inútil". F. Pessoa
viernes, 22 de mayo de 2020
viernes, 1 de mayo de 2020
sabores trascendentales
Hacía ya muchos años que no existía para mí de
Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día
de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso
que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no,
pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de
esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen
por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el
triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por
venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un
trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas
del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo
extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me
aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la
vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria,
todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa;
pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo.
Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme
aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y
del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza.
¿De dónde venía y qué significaba?
Por el camino de Swann - Marcel Proust
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