“Lo aplastante,
en su casa, en cualquiera que de las que habían sido sus casas, era el
silencio, la inmovilidad del aire, cierta calma irremediable, como si el tiempo
quedara suspendido para siempre jamás. Experimentaba una sensación parecida
mirando, desde fuera, otros interiores. Y no era nuevo. Siempre había sentido
ese malestar.
Cuando, desde la
acera, por ejemplo, miraba a una familia en torno a la mesa, que les iluminaba
las caras como un en cuadro de Rembrandt, para él era como si la escena quedara
fijada de una vez por todas, como si los personajes, el padre, la madre, los
niños, la criada de pie, estuviera congelada hasta la consumación de los
siglos.
Las paredes, las
puertas cerradas, le daban una sensación de inseguridad, de angustia. Sabía que
no era eso lo que Ivonne había querido decir con su casa de postigos verdes,
pero, para él, sí lo era. Le daban miedo los álbumes de familia, con sus
páginas de parientes muertos, y las páginas de los vivos que, una vez
introducidos allí, ya no eran más que medio vivos.”
Los postigos
verdes – Georges Simenon
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