"Detrás de una baja alambrada eléctrica, sobre la tierra marrón cubierta por un par de matas delgadas de manzanilla, había acampado una piara de unos cien cerdos. Salté la alambrada y me acerqué a a uno de aquellos animales grávidos que inmóviles, dormían. Lentamente, cuando me agaché hacia él, abrió su pequeño ojo ribeteado de claras pestañas, y me miró inquisitivamente. Le pasé la mano por el lomo, cubierto de polvo, que se estremeció bajo aquel contacto inusual, le acaricié el hocico y la cara, y le rasqué suavemente la oquedad que se forma detrás de la oreja, hasta que empezó a gemir igual que un ser humano martirizado por infinitas penas. Cuando me incorporé de nuevo, volvió a cerrar el ojo en un gesto de profunda devoción."
Los anillos de Saturno - W. G. Sebald
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