Este proceso se inició hace tiempo: ya antes de la guerra. Rathenau señaló proféticamente como el rasgo más significativo de nuestra época es la mecanización de la vida, la preponderancia de la técnica; pero esta caída en la uniformidad exterior de la vida nunca ha sido tan precipitada y tan caprichosa como en los últimos años. [ ]
Las caras se van asemejando unas a otras a causa de idénticas pasiones; los cuerpos, por idénticos deportes; los espíritus, por idénticos intereses. Insensiblemente, el creciente deseo de uniformidad exterior lleva a la igualdad de almas, al alma colectiva, a la atrofia del nervio en beneficio del músculo, a la muerte de lo individual a favor de lo genérico. La conversación, arte de hablar, es triturada entre bailes y deportes; el teatro envilecido en el sentido del cine; en la literatura se introduce la práctica de la moda fulminante, el «éxito de temporada». Ya no hay, como no hay en Inglaterra, libros para la gente, sino sólo «el libro de la temporada»; ya se extiende esa forma aguda del éxito que, como una breve emisión de radio, comienza simultáneamente en todas las capitales europeas, y momentos después se da por terminado. Y como todo se hace a corto plazo, la cultura general, esa síntesis racional adquirida con paciencia a lo largo de toda una vida, es un fenómeno muy raro en nuestra época, como es raro todo aquello que no se consigue sino por esfuerzo individual.
Como creemos que es inútil luchar, no hay más remedio que la fuga: la fuga hacia nosotros mismos. No se puede salvar lo individual en el mundo; sólo puede defenderse en el interior de sí mismo. El triunfo del hombre espiritual es siempre la libertad, el estar libre de la tiranía de las personas y de las ideas, libre de uno mismo. Y nuestra tarea es ésta: liberarnos en la medida que los otros se hagan esclavos por su voluntad. Cuando más monótonas, estereotipadas y mecánicas sean las inclinaciones de los demás, tanto más variados nuestros intereses, abiertos a todos los cielos del espíritu. Y todo eso, sin ostentación. No digáis jactanciosos: «somos distintos». No simuléis desprecio por todas aquellas cosas que tal vez encierran un hondo sentido que nosotros no captamos. Hemos de apartarnos por dentro, no por fuera: visitamos las mismas prendas, disfrutemos de todas las comodidades técnicas, y no nos gastemos en jactanciosos distanciamientos, en una necia e impotente oposición al mundo. Vivir en una vida tranquila, pero en libertad; acomodarnos, silenciosa e inadvertidamente, al mecanismo exterior de la sociedad; pero, en la intimidad, seguir cultivando exclusivamente para nuestras inclinaciones personalísimas, conservando el compás y el ritmo propios de nuestra vida. [ ]Ahí, en el fondo del ser que va tomando eternamente nuevas formas, hay infinitas posibilidades para los hombres de buena voluntad. Es ahí donde nosotros obramos, en nuestro mundo personal, donde nunca, nunca, penetrará la monotonía"
El mundo insomne - Stefan Zweig
Luis de Caralt, 1965
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