"A una pequeño que lleva la nariz cerca del suelo las alfombras le huelen mucho al alcanfor que absorben cuando están enrolladas durante el verano. Lalla encera los viejos pisos de parquet todos los viernes con cera y trementina; es un olor adormecedor. Los nudosos y astillosos suelos de madera huelen a jabón. Los pisos de corcho se abrillantan con una mezcla maloliente de leche descremada y agua. Por lo general la gente anda por el mundo como una sinfonía de olores: polvos, perfumes, jabón de brea, orina, sexo, sudor, brillantina, suciedad y comida. Los hay que huelen simplemente a persona, algunas huelen de manera tranquilizadora, otros amenazadora. Emma, la gruesa tía de mi padre, lleva una peluca que fija en el pelado cuero cabelludo con un pegamento especial. Toda ella olía a pegamento. Abuela huele a "glicerina y agua de rosas", una especie de agua de colonia que se podía comprar sencillamente en la farmacia. Mi madre huele dulce como la vainilla, cuando se enfada se le humedece el vello del bigote, y despide un olor metal apenas perceptible. Mi favorita en materia de olores es una niñera jovencita llamada Märit, un poco coja, regordeta y pelirroja. No hay nada comparable a estar en su cama con la cabeza en su brazo y con la nariz aplastada contra su áspero camisón.
Un mundo perdido de luces, de aromas, de sonidos. Si estoy inmóvil y a punto de dormirme, puedo andar de habitación en habitación, ver todos los detalles, sé y siento. En la calma de la casa de mi abuela se abrieron mis sentidos y decidí conservar todo aquello para siempre."
Linterna mágica - Ingmar Bergman
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