"Yo también hice amistad con varios jóvenes guardias japoneses. Cuando estaban fuera de servicio, los visitaba en los bangalows del personal, a cincuenta metros del bloque G, y me dejaban meterme en sus bañeras de agua caliente y me dejaban ponerme sus trajes de kendo. Después de ofrecerme una espada de duelo, un arma temible con amplios segmentos de madera ensamblados, me animaban a practicar con ellos. Cada asalto duraba veinte segundos. Yo me limitaba a recibir golpes repetidamente en el casco y la máscara, que apenas me dejaba ver, mientras que los japoneses que miraban respondían a cada mareante espadazo con cordiales ovaciones. Ellos también se aburrían; sólo eran unos años mayores que yo y tenían pocas esperanzas de volver a ver a sus familias pronto o nunca. Yo sabía que podían ser brutales, sobre todo cuando actuaban bajo las órdenes de sus suboficiales, pero por separado eran relajados y simpáticos. Por supuesto, su formalidad militar y su código basado en la idea de no rendirse nunca resultaban de los más impresionantes para un muchacho de trece años en busca de héroes a los que idolatrar."
Milagros de vida, una autobiografía - J.G. Ballard
Mondadori, 2009
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